lunes, 2 de mayo de 2011

¿POR QUÉ NO SE INDIGNAN?



Los levantamientos multitudinarios parecen quedar reservados para sociedades dictatoriales y de menor desarrollo económico que la opulenta y diletante Europa. A las puertas están los ejemplos de Túnez o Egipto. En España falta el empleo, pero la mayoría tenemos libertad, techo y comida asegurados ..LA EPA del primer trimestre ha revelado que en España hay 4,9 millones de parados y en Extremadura 125.000. Ambas cifras nos asustarían si no fuera porque las recibimos con la anestesia previa que nos proporciona llevar años encajando malas noticias.
Aunque los políticos se empeñan en buscar lecturas no catastrofistas -que no llegamos a los cinco millones ha dicho el ministro de Trabajo; o que estamos mejor que hace un año, según Fernández Vara-, no hay manera de ver la cara amable de esos datos. No hay consuelo posible para ese 50% de jóvenes en edad de trabajar que no encuentra empleo y que difícilmente va a conseguir un trabajo estable o incluso precario en los próximos años.
Una de las pocas cuestiones en que ya parece estar de acuerdo todo el mundo es en que la crisis será de larga, muy larga duración. Hasta UGT , habitualmente moderada en sus opiniones, habla de que nos enfrentamos a una etapa de estancamiento económico en la que el empleo que se cree va a ser estacional. Se acabaron los trabajos para toda la vida. Tres meses de camarero, dependienta o interino y vuelta a la cola del INEM.
No hay protestas
Cada vez que se dan a conocer unos datos de paro tan catastróficos hay quien se plantea cómo es posible que en España no haya protestas masivas. Que hoy, 1º de Mayo, fiesta del Trabajo, no estén llenas las calles de millones de manifestantes reclamando un empleo.
Resulta paradójico que el grito de ¡Indignaos! lo lance Stephane Hessel , un ideólogo y veterano de la resistencia francesa ¡de 94 años!, y no un líder juvenil preocupado porque toda una generación tiene comprometido su futuro. ¿Por qué no se indignan los parados españoles, especialmente los jóvenes?
Una posible respuesta es que la protección social que tienen los desempleados atenúa lo suficiente las estrecheces del paro como para desactivar cualquier protesta. A las prestaciones y subsidios públicos -una conquista del estado de bienestar de la que debemos estar orgullosos- hay que añadirle el colchón que supone en España la familia. Al menos hasta hoy, un joven parado confía más en que sus padres le mantengan mientras encuentra empleo que en lograrlo si sale a la calle a manifestarse.
Ante esta desmovilización general es inevitable concluir que la generación que ha sido criada con más mimo de la historia de España todavía no sufre con suficiente rigor las estrecheces de la crisis como para exigir al poder político y económico que arreglen las averías de la crisis. Y es posible que aquellos que lo están pasando peor, que los hay, solo confíen en salidas individuales y no en revoluciones inciertas. Los levantamientos multitudinarios parecen quedar reservados para sociedades dictatoriales y de menor desarrollo económico que la opulenta y diletante Europa. A las puertas están los ejemplos de Túnez, Egipto, Siria y Libia. En España falta el empleo, pero la mayoría tenemos libertad, techo y comida asegurados.
El individualismo que caracteriza esta sociedad (en crisis, pero muy rica todavía si la comparamos con nuestros vecinos del sur) es la vacuna más eficaz para prevenir eventuales movimientos colectivos de protesta.
¿Indignarse para qué?.
Unos jóvenes protestan contra el alza de tasas universitarias en Londres en diciembre de 2010.Foto.

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