sábado, 9 de abril de 2011

JÓVENES ESTRELLAS.


Cuántas estrellas anoche! ¡Yo las veía tan claras y cercanas como higos de cristal, como frutillas azules! Me parecía, Teresa, que todas las estrellas te miraban con la misma alegría con que te miran los ojos de mi alma. Bocarriba en el campo, solos la tierra y yo con las estrellas, yo ponía mis ojos en el pueblo de ojillos azulosos que desde arriba podía contemplarte con tantos ojos como estrellas tiene el cielo blanco. ¿O serán las estrellas las orejas del cielo, por donde arriba oyen tu cantar cuando hilas o tu risa en el baile? ¿O serán las estrellas como un sarpullido que en la piel del cielo provoca rasquiñas, y comezón, y ansias, y por eso titilan y brincan las estrellas? No: son ojos las estrellas son miradas, son fiestas. Yo anoche bien veía que estaban contentas y felices, como quien puede mirar desde un collado a una moza llamada Teresa mientras va por la cabra o recoge azucenas. Y yo quería tener, yo deseaba tantos ojos como tiene el cielo para verte con ellos. Yo me sentía el cuerpo hecho un acerico de estrellas y de ojos. Por la piel me picaban y corrían todas las estrellas. ¡Pudiera yo ser cielo y eternamente verte con los innumerables ojos de mis estrellas!

1 comentario:

  1. Sentados a los pies del profesor
    preguntábamos: ¿y la eternidad?
    Y el buen viejo nos miraba con enojo,
    hasta que por fin decía, contemplándose las manos:
    “La eternidad no ha sido definida, pues se necesita
    una eternidad entera para que abarquemos
    el concepto de la eternidad. ¿Habéis comprendido?”
    Y nosotros, sentados a los pies del profesor,
    nos reíamos tanto, reíamos con tan poco cansancio,
    que nos llevaba una eternidad consumir la risa
    producida por la definición exacta de la eternidad.

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