Eternamente tumbada,rodeada de tiestos vacíos,posada sobre un hermoso jardín submarino,la
joven juguetea con sus piernas, cierra los ojos, apoya la cabeza en sus manos y sonríe con levedad:
nada le importad ya.Al fondo, casi borrado por la bruma acuática, un buzo la observa.
Respira con fuerza, suelta gruesas burbujas y avanza cauteloso, como si temiera romper el hechizo
que mantiene postrada a la joven soñdora.Cuando el buceador regrese a la superficie y consulte sus
mapas, sabrá que ha estado caminando por el museo subacuático de la Isla Mujeres,un pedazo de
tierra que un día se escapó de la península del Yucatán (México) y que el conquistador Francisco
Hernández de Cordoba encontró y bautizo en el año 1517.
joven juguetea con sus piernas, cierra los ojos, apoya la cabeza en sus manos y sonríe con levedad:
nada le importad ya.Al fondo, casi borrado por la bruma acuática, un buzo la observa.
Respira con fuerza, suelta gruesas burbujas y avanza cauteloso, como si temiera romper el hechizo
que mantiene postrada a la joven soñdora.Cuando el buceador regrese a la superficie y consulte sus
mapas, sabrá que ha estado caminando por el museo subacuático de la Isla Mujeres,un pedazo de
tierra que un día se escapó de la península del Yucatán (México) y que el conquistador Francisco
Hernández de Cordoba encontró y bautizo en el año 1517.
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