miércoles, 8 de septiembre de 2010

UN NIÑO VIAJA EN EL TECHO DE UN TREN MÁS DE 1000 KM.


Cuando la ciudad de Riobamba (capital de la provincia de Chimborazo) aún no despierta del todo, se escucha el rugir de una locomotora que anuncia su partida hacia la Nariz del Diablo. Además del extraño nombre, hay otro característica particular, las decenas de pasajeros no viajan en el interior de los vagones, sino apiñados en los techos. "Esa es la gracia, señor, porque así se puede ver el paisaje", explica la gente en la estación.

Bofetadas de viento y repentinas lágrimas del cielo. Remolinos de tierra y flechazos de calor provenientes del sol. Hombres en perpetuo equilibrio en techos convertidos en butacas, para observar escenarios cambiantes: una cadena de montañas, un campo de cultivo, una laguna sedienta, un viejo cementerio o un puñado de casas desperdigadas en senderos polvorientos. Despliegue de colores y matices serranos en una mañana somnolienta en la que el bostezo metálico de una locomotora anunció el despertar del tren, ese esqueleto de vagones y asientos vacíos que serpentea -perezosamente incansable- por quebradas, montañas y riachuelos, en su afán de llegar hasta las narices del Diablo.

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