viernes, 26 de noviembre de 2010

EL PAISAJE DEL ADIÓS.


Para decir adiós a este paisaje,
al de esta tierra bien amada,
he subido al castillo casi a oscuras,
a sorprender la madrugada.
Por las dormidas calles como aplausos
mis pasos limpios resonaban
en el silencio salpicado sólo
de golondrinas charlatanas.

Ya desde arriba era perfil más puro
en la precisa lontananza
y más sonoro el aire en su silencio
no traspasado por las campanas.

Aun las leves espumas allá abajo
su parloteo refrenaban
y era más sordo su rumor eterno,
como de olas y resacas.

Con qué colores frescos y lavados
la tierra gris se barnizaba.
Qué perezosa y luminosamente
iba surgiendo la mañana.

Era un nuevo matiz a cada instante
pájaros nuevos que cantaban,
hasta que el sol plantó en sus cumbres y torres
el oro nuevo de su lanza.

Las ventanas bañaron sus pupilas
en la naciente luz de gracia,
y en un largo y sonoro desperezo
se despertaron las campanas.

Quedóse azul el cielo, verde y rosa
campiña, cerros y montañas,
la calle gris de plata, y la arboleda
luz amarilla y sombra malva.

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