domingo, 21 de noviembre de 2010

SIN VACUNA CONTRA EL MIEDO.


La mirada del niño afgano denota el miedo al objeto que no identifica, tan habitual en Occidente. Sabe que la jeringuilla es afilada y puede hacerle daño. Sin embargo, en sus ojos asustados también hay algo de resignación contenida. Tal vez, la misma que oculta su madre tras el 'burka'. ¿Cómo será su cara? ¿Qué expresión en su rostro podrá consolar al pequeño, aparte del calor de su mano o de unas tibias palabras? ¿Será este niño un futuro talibán de esos que atropellan los derechos de sus esposas y hermanas?
El líquido del frasco que sujetan unos dedos con uñas acicaladas de henna le inmunizará contra la poliomelitis, enfermedad aún sin erradicar en Afganistán, Paquistán, la India y Nigeria. El pequeño estrena, como otros dos millones de niños en ese país, una nueva vacuna bivalente contra dos de los virus que se resisten. Vive en Jalalalab, a 150 kilómetros al este de Kabul, cercana a la frontera paquistaní, donde estos días resurge la violencia que suma decenas de víctimas a las estadísticas de la guerra. Talibanes suicidas son vacunados contra el miedo a la muerte con la jeringuilla del fanatismo religioso, una enfermedad incurable y resistente a la medicina de la tolerancia y del diálogo. Los aliados, esos 150.000 soldados extranjeros que se juegan la vida, tampoco han sido inmunizados contra la tortura, la sangre, el ataque al rival, el miedo con el que disparan sus armas. Parece que aún quedan muchas vacunas por descubrir.

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