Ana Blanco ha soplado 20 velas en los informativos de TVE. Sosegada y sobria ante la cámara, en la intimidad «es una guasona.
RESPONDE al teléfono con un susurro. Tiene resfriado y se está «reservando» para el telediario, que empieza en dos horas. Un constipado no suele ser más que un ligero incordio, pero es un monumental fastidio cuando una tiene que presentar las noticias y le están viendo tres millones de personas. En veinte años, a Ana Blanco (Bilbao, 1961) le ha tocado curarse más de un catarro en directo.
Sí, tantos años han pasado, aunque a ella no parezcan haberle caído ni la mitad. Será por la inalterable media melena y el flequillo, que ha conseguido que no pase de moda. El mismo que lucía -«aunque un poco más abultado»- hace veintipocos años, cuando se puso a prueba por primera vez delante de una cámara, en Telemadrid. Oficiaba a medias con Agustín Bravo, en el programa cultural 'Zip-Zap. La guía', a las órdenes de Pedro Erquicia. Era 1989 y no se usaba el telepronter. Los textos se decían de carrerilla. «Anita era capaz de memorizar veinte líneas seguidas, de 'pe a pa'. Era como una grabadora, como un ordenador japonés, infalible», recuerda Bravo.
RESPONDE al teléfono con un susurro. Tiene resfriado y se está «reservando» para el telediario, que empieza en dos horas. Un constipado no suele ser más que un ligero incordio, pero es un monumental fastidio cuando una tiene que presentar las noticias y le están viendo tres millones de personas. En veinte años, a Ana Blanco (Bilbao, 1961) le ha tocado curarse más de un catarro en directo.
Sí, tantos años han pasado, aunque a ella no parezcan haberle caído ni la mitad. Será por la inalterable media melena y el flequillo, que ha conseguido que no pase de moda. El mismo que lucía -«aunque un poco más abultado»- hace veintipocos años, cuando se puso a prueba por primera vez delante de una cámara, en Telemadrid. Oficiaba a medias con Agustín Bravo, en el programa cultural 'Zip-Zap. La guía', a las órdenes de Pedro Erquicia. Era 1989 y no se usaba el telepronter. Los textos se decían de carrerilla. «Anita era capaz de memorizar veinte líneas seguidas, de 'pe a pa'. Era como una grabadora, como un ordenador japonés, infalible», recuerda Bravo.
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