sábado, 30 de octubre de 2010

EL GIRO DEL YOYÓ- JUEGO.


Los que sólo conocemos el yoyó de jugar con él en nuestra primera infancia no solemos recordarlo como una actividad muy estimulante: el yoyó bajaba, subía, bajaba, subía, bajaba, subía... Así, hasta que bajaba y ya no subía más, un desenlace que a los torpes solía llegarnos sorprendentemente pronto. El yoyó era un último recurso, un pasatiempo tan cercano a la monotonía que sólo se le encontraba algún atractivo cuando no había ninguna otra cosa que hacer. El problema es que los que sólo conocemos esa faceta del yoyó no tenemos ni idea: el yoyó contemporáneo está en las antípodas de aquel rutinario vaivén, es una actividad tan frenética y enrevesada que a veces resulta difícil seguirla con la vista. Y los jugadores tienen poco de niños, a menos que contemos el entusiasmo desbordado como un saludable vestigio infantil.
«Es cierto: el yoyó es algo conocido en todas partes, todo el mundo ha tenido uno en la mano alguna vez, pero la gente no suele estar al tanto del juego actual, más acrobático y válido para cualquier edad», lamenta Eduardo Santamaría, vicepresidente de la recién creada Asociación Española de Yoyó. Las innovaciones técnicas revolucionaron este entretenimiento, que en toda su historia no se había alejado mucho de los discos de madera, metal o terracota que los griegos hacían girar con un hilo hace 2.500 años. El gran cambio fue el uso de rodamientos, que permiten a los yoyós dar vueltas durante más de media hora con un solo lanzamiento: «Eso lo cambia todo. No suben y bajan: se quedan girando abajo y tienes que hacer una maniobra especial para subirlos», detalla el presidente de la asociación, Alfredo Mascali. Ni siquiera es frecuente ya la forma de toda la vida, plana y estrecha, que los especialistas llaman 'imperial': muchos yoyós de hoy son mariposas más parecidas a los diábolos.

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