No debemos hacer mucho caso a las declaraciones que Greene solía emitir en los últimos años de su vida: por ejemplo, cuando se profesaba – con efecto retrospectivo- un “católico agnóstico”: o cuando imputaba su negativa del Premio Nobel a su prosa “directa, clara y sencilla” y al hecho de no escribir “cosas complicadas”. Por una parte, sus ensayos antiguos- sobre todo sus excelentes Ensayos católicos- manifiestan una fe religiosa muy profunda y sincera, de la cual nacieron sus cuatro grandes novelas teologales. Por otra parte, en estas novelas –y sin desmedro de su prosa siempre clara- desarrolló recursos formales tan originales como complejos, ya que no complicados. Desde luego, se merecía bien el Premio. Y quizá lo habría recibido –es una mera hipótesis de trabajo- en caso de haber continuado la línea de sus grandes novelas “católicas” y de no haber descendido a la mera entretención policial.
Del Graham Greene medular – el de aquellas cuatro novelas- se ha dicho que era “Hitchcok más Bernanos”, sentencia tal vez simplificadora, pero que encierra bien la síntesis apasionante de su obra mayor: el mundo del suspenso y del terror policial, con sus intrigas, aventuras y persecuciones, misteriosamente trabado al mundo sobrenatural del pecado y de la gracia; una técnica cinematográfica al servicio de una mirada que escudriña las honduras del alma creyente; conflictos de criminales y sabuesos –o de amores adúlteros- anudados al drama teológico de las fuerzas del Bien y el Mal, de Dios y el demonio en agónica lucha dentro del corazón humano.
Del Graham Greene medular – el de aquellas cuatro novelas- se ha dicho que era “Hitchcok más Bernanos”, sentencia tal vez simplificadora, pero que encierra bien la síntesis apasionante de su obra mayor: el mundo del suspenso y del terror policial, con sus intrigas, aventuras y persecuciones, misteriosamente trabado al mundo sobrenatural del pecado y de la gracia; una técnica cinematográfica al servicio de una mirada que escudriña las honduras del alma creyente; conflictos de criminales y sabuesos –o de amores adúlteros- anudados al drama teológico de las fuerzas del Bien y el Mal, de Dios y el demonio en agónica lucha dentro del corazón humano.
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