domingo, 31 de octubre de 2010

ESCALOFRIOS, TERROR, TRUCO Y TRATO.


Era una tarde fría de 31 de octubre cuando toda la familia fue al cementerio a recordar a Josefine, la madre de Laura, que había muerto hacía siete años. Los niños, Greta y Tomas, no dejaban de preguntar cuánto faltaba para llegar ya que estaban atrapados en un interminable atasco a las puertas del cementerio. Todo el mundo iba en esas fechas a repoblar de flores frescas las tumbas de sus seres queridos. Podían hacerlo todo el año, pero todos iban el mismo día, lo que provocaba la desesperación de los padres, Gabriel y Laura.
- Te dije que era mejor venir mañana - le dijo Gabriel.
- Mañana no habrías querido llevarme - replicó ella-. Solo podíamos venir hoy, que es fiesta para todos.
- Jo, papá, quiero irme a casa - protestó Greta, de morros.
- ¿Por qué tenemos que venir cada año a visitar esa tumba? - añadió Tomas, mientras jugaba con su consola portátil.
- Mientras no seáis más mayores no pienso dejaros en casa solos - contestó su madre.

Pasaron dos horas metidos en el coche para conseguir encontrar un aparcamiento a más de veinte minutos de la tumba de la abuela. Cuando salieron tuvieron que superar un nuevo atasco de familias que trataban de moverse por los estrechos pasillos que había entre las tumbas. Cuando al final llegaron a su destino se quedaron inmóviles frente a un rectángulo de piedra gris que a Tomas no le llamaba la atención, en absoluto.
Tomas era un niño retraído que le costaba trabajo hacer nuevos amigos. Solía refugiarse en su consola de videojuegos ya que le daba todo lo que la gente se negaba a ofrecerle, buenos ratos. Por ello en cuanto tuvo ocasión, volvió a jugar, olvidándose de la gente que pasaba a su lado a empujones. El lugar que solía ser el más tranquilo del mundo, era un auténtico caos y parecía más un mercado que un cementerio.
Entonces el niño sintió que alguien le cogía el brazo y tiraba de él.
- Dame tu consola - le pidió una niña, que le apartó de la gente y se metieron entre dos panteones.
- No pienso dártela - replicó él, enojado.
- Dámela o te arrepentirás.
La mocosa no debía tener más años que él, nueve a lo sumo, sin embargo su mirada tenía algo que le daba miedo. Tenía pupilas negras, pelo largo marrón y tenía el contorno de los ojos amoratados, como si estuviera maquillada de muerta. Sin embargo no parecía maquillada. Tenía rasgos bonitos y llevaba un vestido de comunión muy extraño, como si se lo hubiera robado a su abuela.
- Déjame en paz, es mía.
- No seas idiota, dámela - insistió ella, intentando cogerla.
- ¡Papa! - Gritó Tom, tratando de evitar que ella se la cogiera.
Su padre le miró, no estaba muy lejos y le saludó con la mano.
- Tomas, ven aquí, no te alejes o te perderás.
- Pero esta niña no me deja en paz - protestó el niño.
- ¿Qué niña? - preguntó su padre, extrañado.
Justo en ese momento Tomas se dio cuenta de que no tenía a nadie delante.
Y se desmayó.

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