miércoles, 23 de febrero de 2011

Las Siete Palabras.


Súbitamente quedó helado y estuvo a punto de caerse, como si toda la vida de
su ser, precipitándose de golpe en el corazón, le hubiera dejado vacío el
cuerpo.

¡Concluido, todo! ¡Ya no!. . . Se levantó con la vista extraviada, y miró el
ropero, el mapamundi, sin saber lo que hacía. Vio en el espejo su cara
lívida y descompuesta, y tornó a sentarse.

Carlos: todo ha concluido entre nosotros. Elvira. ¡Oh, qué desesperación!
¡Todo ha acabado, todo, todo muerto! ¡Muerto! ¡Cómo ella, su Elvira, su
Elvira suya, ya no era más de él!

Sentía en las sienes el latido cargado que retornaba por fin del corazón en
plenas ondas de angustia, y respiraba con dificultad. ¡Luego sus ojos, su
voz, su amor adorado e idolatrado, anda ya! ¡Su entusiasmo de triunfar, su
propia vida, nada ya! Y en un solo momento . . . Toda está concluido entre
nosotros . . . ¡No, no, no!

La respiración le faltaba cada vez más, y hacíale daño el corazón hinchado
en sofocante angustia.

Todo está . . . ¡es decir que ya nunca más le hablaría! ¡Es decir que debía
olvidarla del todo! ¡Que ya nunca, nunca más volvería.

No hay comentarios:

Publicar un comentario