lunes, 28 de febrero de 2011

PON VER SI ESTE./AHÍ ARRIBA.


Entre los charcos de la última lluvia, la luna va buscando estrellas.
Oriunda de parajes lejanos, nunca falta a su visita, aunque en ocasiones no se deje ver.

Titilantes pequeños puntos de luz ya extinguidos se muestran presentes, reflejándose en las charcas, como queriendo demostrar que lo que una vez fue, permanece, al menos por un tiempo.

Mientras el viento aleja neblinas, las estrellas juegan a ocultarse entre las nubes que, pasajeras, dejan su esencia y luego marchan.
Unos las echan de menos cuando faltan mucho tiempo, otros terminan hastiados de ellas si no se van pronto. Lo cierto es que nunca pasan desapercibidas. Virtud o defecto.

Y en las noches claras, una luna llena en plenitud parece haber terminado el juego de días lluviosos y encontrado todo un mundo mágico, distante, inalcanzable. Real o imaginario, está ahí, para quienes alzan la mirada, y quieren verlo.
Y esa luna pletórica, menguante o creciente, refleja los rayos de un ser de luz que ahora se muestra radiante, otrora oculto.

Noches de estío, mirando el cielo.
- Abuelo, ¿por qué la luna no siempre es redonda?
- La luna, niña, es como nosotros. No siempre está llena, al igual que nosotros no siempre somos felices. Durante un tiempo, está contenta, o triste, depende de cómo tú quieras verla. Y al igual que nosotros no debemos o podemos permanecer tristes o contentos por mucho tiempo, ella también cambia. Pero, creciente o menguante, siempre resurge, siempre está ahí.
- ¿Y por qué el sol y la luna nunca están juntos ahí arriba?
- Sí lo están, pequeña. Algunos días, antes de que el sol vaya a acostarse en su lecho de estrellas, la luna puede verse en el cielo y parece seguirlo, queriendo ir con él. Pero el sol no puede esperarla y, tras ponerse, cuando ya todo es noche, sigue alumbrándola para guiarla en su camino, y que no se pierda en el infinito.
- Y el sol, ¿por qué no la espera?
- Qué más quisiera el sol, chiquilla, que poder esperarla, y estar siempre junto a ella. Mira… voy a contarte una historia muy antigua, que me contó alguien a quien dice se la contaron.
En un tiempo lejano, en un mundo que puede fuera este, existía un astro rey llamado Sol y su amada, Luna. Por todos admirados, cada día cruzaban juntos el cielo, y las gentes alzaban la mirada para contemplar tal espectáculo.
Pero el Sol, más radiante que nunca por tener a su amada junto a él, impedía a quienes querían ver la belleza de la Luna que lo hiciesen, pues sus rayos lastimaban los ojos de hombres y mujeres. Además, en las noches, el cielo quedaba huérfano, todo negrura salpicada de estrellas como lágrimas de luz.
Por esto, hubo quienes arguyeron un maleficio para que el Sol y la Luna no siguiesen juntos, y así poder contemplar la hermosura de ésta, y convertirla en guardiana de estrellas.

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