Esta mañana he visto cómo un honorable señor metía la mano en basura para coger algo. Me ha sobrecogido su prudencia. Después de asegurarse que nadie le miraba, no ha debido verme, y ha introducido con delicadeza la mano en la papelera. Yo suspiraba por ver qué objeto ansiaba entre tanta porquería. Y la respuesta ha llegado. Un periódico. Gratuito, para más señas. Alguien, después de leerlo, lo ha depositado cívicamente en la papelera que acompaña a una hermosa farola. Allí estaba yo, esperando al semáforo con un frío considerable, con el miedo de asistir a un síntoma perverso de la crisis mundial que nos asola. Pero no, ese hombre buscaba un periódico, que resulta incomestible aparentemente. ¿Un periódico como objeto de supervivencia? Ahora que la información nos busca con mira telescópica, persiguiéndonos por el teléfono móvil y el ordenador, el papel no es indispensable para permanecer en este mundo. Realmente, pocas cosas son realmente indispensables. Y menos la fugacidad de un periódico, cuya actualidad caduca hoy a cada segundo de megabytes. El semáforo se ha puesto en verde, y he cruzado, y seguramente esas páginas han vuelto a la misma papelera, junto a la farola, esperando el hambre de otro viandante desinformado.
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Juan García: Un relato muy entretenido con una historia contada en esta gran aventura.
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