Pues bien, el último día aparecieron los tiburones. Aparecen unas aletas negras, inocentes como para precavernos. El mar se vuelve siniestro, ¿están en todas partes? Créeme, dejan una estela de seis pies. ¿No es éste el mismo mar, y ya no jugaremos en él como antes? Me gustaba claro y no demasiado tranquilo, con suficientes olas para levantarme. Por primera vez me había atrevido a nadar en lo hondo. Vinieron al atardecer, la hora del mar calmo con un brillo de cobre, aún no muy oscuro para que hubiera luna, aún bastante claro para verlos fácilmente. Negra la afilada punta de las aletas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario