Más tiempo el tiempo, más el mundo, ¡y nuestros!, no fuera crimen tu esquivez, señora. Sentados los caminos pensaríamos dónde apurar de un lento amor las horas: tú, por el Ganges y sus rojas aguas, tributo de rubíes; por el Húmber yo y mi pena, amargando su marea. Desde el Diluvio en cerco, cederías hasta la Conversión de los Judíos: más vasto que un Imperio crecería mi vegetal amor, y más despacio. Un siglo en alabanza de tus ojos, cien años más en contemplar tu frente, el doble en adorar entrambos pechos y treinta mil cada secreta parte. Por revelar el pie, la ceja, el rizo, un haz de siglos y una edad entera para tu corazón, sol de tu cuerpo. Por ti, señora, pródigo no fuera dilapidando siglos, eras, astros. Mas a mi espalda, cada vez más cerca, del tiempo escucho siempre el carro alado y frente a mí despliega sus desiertos la vacua eternidad; ya disipada tu hermosura y mi voz vuelta fantasma de tu deshecho oído, tu obstinada virginidad abierta será brecha al asalto callado del gusano: polvo serás, cenizas mi deseo. La tumba es aposento solitario: si allí nadie te ve, nadie te besa. Mientras tu piel se encienda con tu sangre como se enciende con el sol el alba, mientras tu ser transpire deseoso por cada poro fuegos perentorios, goza, gocemos hoy, mientras se puede. Antes a tiempo al tiempo devoremos como amorosos pájaros de presa que entre sus lentas fauces consumirnos. Acumulemos toda nuestra fuerza, toda nuestra dulzura, en una esfera, y las puertas de hierro de la vida, en la brutal porfía desgarrados, abra nuestro placer: si no podemos parar al sol, ¡que gire más de prisa!
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