A finales de septiembre parece que el tiempo cambia una vez más y que el verano va a regresar. Pero no es lo mismo, hace más frío. El sol está ahí, sí, pero ya no calienta. Es una época confusa, tal vez adecuada para que sucedan cosas poco habituales.
No recuerdo exactamente cómo me llamo. Esto es lo más curioso de todo. Sé que mi nombre comienza con J. O tal vez con CH. Es curioso, y sin embargo, ya no me importa demasiado. Sólo puedo recordar algunas cosas que me sucedieron antes de la última semana de septiembre, antes de que entrara en aquel lugar. Son recuerdos borrosos, que se van difuminando caprichosamente cuando trato de retenerlos en la mente. Pero qué más da. Ahora mismo no puedo pensar demasiado en eso. Sólo sé que tengo sueño. Y hambre. Mucha hambre.
Aunque no sé exactamente lo que había sucedido antes, sé que estaba solo. También sé que no era muy habitual que yo andara solo a determinadas horas de la noche. La calle no es peligrosa en la ciudad en la que vivo, ni siquiera de madrugada, pero yo tengo amigos. O los tenía.
Aquella noche, sin embargo, me habían abandonado. O tal vez simplemente se habían marchado ya. Sí, es posible que hubiera bebido demasiado, qué más da. ¿Acaso importa eso ahora? Mi mente estaba clara y despejada, recuerdo bien que hacía un poco de frío, que el viento soplaba formando remolinos con las hojas caídas, y que la calle era la Avenida de la Hispanidad. La farolas proporcionaban una luz mortecina algo amarillenta que dejaba entrever que tal vez pudiera amanecer dentro de poco, aunque yo sabía que todavía era demasiado pronto para eso.
¿De dónde venía yo? No lo sé. ¿A dónde iba? A casa, seguramente. Vivo una calle más abajo, y no me había traído el coche. En esa estación del año aún no hace demasiado frío, y uno puede caminar tranquilamente sin abrigo ni paraguas, si no le importan o no tiene miedo de los resfriados.
Caminando distraídamente, me llamó la atención el ruido que provenía de una callejuela. La Avenida de la Hispanidad estaba llena de edificios en construcción, tremendas moles que auguran un cercano futuro lleno de tráfico y bullicio, y aquel no era el lugar indicado para una fiesta. Sin embargo, el ruido delataba la presencia de una. No era exactamente una callejuela, en realidad. Era la entrada de camiones de uno de los edificios en obras, y desde fuera sólo se oía ruido. No parecía haber ni tan siquiera un lugar desde el que proviniera tanto jolgorio. Así que aunque era tarde, me acerqué. Por curiosidad.
En efecto, se trataba de una de las obras. A un lado había un edificio ya terminado, aunque todavía sin habitar, y al otro, uno en construcción. Me aproximé, más por instinto que porque pudiera determinar a ciencia exacta el lugar del que provenía el ruido, que ahora ya era música. Música, pero algo extraña. Tal vez de algún grupo de rock gótico o algo similar. Desde luego, alejada de los cánones habituales de la pachanguera música latina que me había pasado toda la noche oyendo.
Me gustó el cambio, así que me fui acercando a una puerta que daba toda la impresión de ser la entrada a una obra. Aquello parecía la caseta donde se cambian los albañiles, sólo que no podía ver exactamente lo grande que era, ya que estaba rodeada de una valla metálica. Por fin vi algo de luz que asomaba por debajo de la puerta de tosca madera, y me acerqué. Sin duda la música venía de allí dentro, y parecía sonar a todo volumen. Incluso me pregunté si no armaría un escándalo al abrirla, porque esa era mi intención: abrir la puerta.
Aunque estaba un poco atascada con el polvo y la tierra en el suelo, se abrió con relativa facilidad. Dentro estaba más oscuro que fuera, y en efecto, el ruido de la música atronó mis oídos durante un momento, pero no el suficiente como para no darme cuenta de que estaba en una pequeña entrada, algo como un vestíbulo de paredes pintadas de negro, y tras el que se veían los resplandores de las luces rojas y azules de una discoteca.
En un primer momento no vi al individuo de la entrada. Pensé que era el portero, así que me preparé para un interrogatorio, o incluso para que me echara de allí. Me sentía un poco extraño, como quien entra en una fiesta privada sin invitación. Tal vez era alguna celebración particular de los obreros, o de los vecinos de los alrededores, que habían encontrado aquel lugar para divertirse. Esto último me pareció más razonable.
Aunque me paré y miré a aquel sujeto, me sorprendió que no me dijese nada. Tenía el rostro más impasible que he visto en mi vida. Miraba hacia mi como si no estuviera delante suya. Era calvo y vestía una camiseta negra tan apretada y bajo la cual se veían tantos músculos que hubiera servido como objeto de estudio en un aula de la Facultad de Medicina. Pero no hizo el menor gesto cuando pasé por delante: debía estar más colgado que el horrendo cuadro de la pared, y seguramente tendría la mitad de su inteligencia.
Así que me adentré en la fiesta. No había demasiada gente, pero sí la bastante como para pasar desapercibido entre la multitud, si no fuera por un detalle: casi todo el mundo iba vestido de negro, o con ropa muy oscura. Mi camiseta blanca y mis vaqueros desteñidos me delataban como intruso, aunque a nadie pareció importarle. La gente estaba en su mayoría apelotonada alrededor de una pequeña tarima, en la que tocaba furiosamente un grupo de rock con toda la pinta de haberse pasado la tarde esnifando alguna sustancia poco legal antes de salir. Pero la verdad es que a pesar de eso no lo hacían mal del todo. Era una mezcla de rock gótico y punk, que de algún modo sonaba como trance. O tal vez fuera sólo por la hora a la que seguían tocando.
El lugar no era muy grande, y el techo era bajo. El que las paredes estuviesen pintadas y tapizadas de terciopelo negro no ayudaba a dar una sensación de más amplitud; sin embargo, el conjunto conformaba un ambiente alternativo bastante atrayente. Busqué con la mirada la barra, porque a esas alturas comenzaba a necesitar una copa y muchos llevaban vasos largos en la mano. La encontré en uno de los fondos, así que me dirigí hacía allí rápidamente, aprovechando un hueco libre.