martes, 24 de mayo de 2011
LAS AVENTURAS DE HÉRCULES.
Ramón Comesaña había regresado de su viaje hacía ya varias semanas, durante las cuales poco pudo hacer para evitar dejar de pensar en los jardines de Castrelos. Sabía que en ellos estaba la respuesta a todo lo que había rondado su mente durante todo aquel tiempo, y ni siquiera la huida, pues no se le puede llamar de otro modo, había sido suficiente para eliminar las imágenes de una niñez en la que los sueños volaban y en la que la fantasía dominó su existencia más allá de lo que hubiese sido deseable, porque las imágenes de sus sueños se repetían una y otra vez, y la fatalidad hizo que al despertar pudiese todavía recordar breves pero intensas escenas que él creía que alguna vez fueron ciertas. Comesaña quiso reencontrarse de nuevo con el lugar en el que los sueños se reviven, que le llamaba con voz firme y a cuya llamada no podía ocultarse en parte alguna del mundo.
Fueron días en los que tuvo que luchar contra los recuerdos que se agolpaban en sus sueños y pugnaban por salir, para tal vez inundarlo todo una vez más, y el anciano sabía que eso no era lo deseable, aunque él lo deseara sin saberlo y estaba dispuesto a buscarlo más allá de todo límite. Por eso, esperó a que se hiciera la noche, y en su propio automóvil, tomó la dirección a través de las calles penumbrosas de la ciudad, equivocando varias veces el camino, y penetró a través de las puertas de granito y bronce del parque. Un escalofrío recorrió su dolorida y anciana espalda mientras exploraba los pasillos aún iluminados entre la laberíntica masa de pinos, y aparcó muy cerca de la verja, cerrada desde hacía muchas horas.
Comesaña apoyó sus pies en las aberturas y trepó dificultosamente por la reja de fuerte hierro oxidado, saltando al otro lado y fijando su atención en la fachada del colosal pazo, que contra todas las leyes del buen gusto había sido humillada con una horrenda capa de espesa pintura blanquecina, años antes de su regreso a la ciudad. El anciano sabía que tras las puertas del edificio se encontraban algunas de las más abominables muestras del primitivo arte celta que un día fue dueño de toda la tierra que hoyaba.
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