EDURNE URIARTE-Periodista com la revista mujer de hoy.
FOTO,Entre Nosotras
Dos momentos críticos
Edurne Uriarte es periodista y colabora con nosotros en esta sección, dónde podemos leerla habitualmente. Además, en el ...
Hay dos momentos críticos en la vida de una mujer en términos de envejecimiento: la primera vez que te llaman “señora”, en cualquier instante después de los 30; y cuando entras a formar parte de las “mujeres maduras”, lo que antes sucedía a partir de los 40, y, ahora, más bien a los 50.
Yo me doy un 9 en el examen de ambos trances, como Mourinho, o como Raúl del Pozo para su última novela, siguiendo la estela de Mourinho. Bien es verdad que circunstancias atenuantes me han ayudado a tales resultados.
Para lo de “señora”, en realidad, estaba preparada desde los 12 años, edad a la cual ya tenía agrias disputas con el chico de la entrada de la piscina municipal, siempre empeñado en que tenía por lo menos 14 y me tocaba pagar la tarifa de mayores. Ahora se me ocurre que quizá fuera una torpe forma de ligar, pero aún recuerdo la furia infantil que me provocaba. Después, me he pasado la vida aclarando que es mi hermana la que me lleva un año y no yo a ella. O sea, que yo tenía espíritu de señora prematura desde los 12, por lo que, cuando me lo llamaron, fue como el trauma largamente anunciado. De hecho, ni me acuerdo de cuándo ocurrió.
Para lo de “Mujeres Maduras” las circunstancias atenuantes han sido mucho mejores. Y es que cumplir los 50 y que te llamen de Mujer hoy para aparecer en un reportaje sobre cómo estar estupenda a partir de esa edad ayuda mucho a pasar el trago. Sobre todo, cuando te ponen encima un precioso modelo de Just One y te sientes princesa, eso sí, princesa madura, por unos minutos. Si a eso le añades una operación por un mioma en el útero a las puertas de los 50 que te hace valorar lo que realmente importa en la vida que no son, ciertamente, las arrugas, inauguras la madurez con un espíritu positivo que no tenías ni a los 20.
Sobre el posible tercer momento crítico, quizá allá por la jubilación, lo cierto es que no espero tenerlo. Creo firmemente en las investigaciones sobre la U de la felicidad que contaba recientemente The Economist. Más que nada, porque me conviene creérmelas. Resulta que la evolución vital de la felicidad tiene forma de U. Tiene un pico alto hacia los 20, luego desciende, y comienza a subir de nuevo a partir de la mitad de la cuarentena, de tal forma que vuelve a estar en los picos más altos en la vejez. Añádase a lo anterior que también comparto el espíritu de aquella viñeta de Forges sobre los de Bilbao y la jubilación. Patxi, con aspecto de haber pasado los 90, le dice a un colega: “Yo pondría la jubilación a los 100”. “Patxi, que no todos somos de Bilbao, como tú”, le apunta su compañero. “Como que no se os nota, pues”, responde Patxi. Pues eso.
P. D.: Quizá sea el humor de Maurice Chevalier diciendo “la vejez no es tan mala opción cuando consideras la alternativa” lo que explique la curva en forma de U de la felicidad; o, más bien, la libertad y la tranquilidad que siguen al estrés de la vida laboral, la crianza de los hijos y los agobios económicos.
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Dos momentos críticos
Edurne Uriarte es periodista y colabora con nosotros en esta sección, dónde podemos leerla habitualmente. Además, en el ...
Hay dos momentos críticos en la vida de una mujer en términos de envejecimiento: la primera vez que te llaman “señora”, en cualquier instante después de los 30; y cuando entras a formar parte de las “mujeres maduras”, lo que antes sucedía a partir de los 40, y, ahora, más bien a los 50.
Yo me doy un 9 en el examen de ambos trances, como Mourinho, o como Raúl del Pozo para su última novela, siguiendo la estela de Mourinho. Bien es verdad que circunstancias atenuantes me han ayudado a tales resultados.
Para lo de “señora”, en realidad, estaba preparada desde los 12 años, edad a la cual ya tenía agrias disputas con el chico de la entrada de la piscina municipal, siempre empeñado en que tenía por lo menos 14 y me tocaba pagar la tarifa de mayores. Ahora se me ocurre que quizá fuera una torpe forma de ligar, pero aún recuerdo la furia infantil que me provocaba. Después, me he pasado la vida aclarando que es mi hermana la que me lleva un año y no yo a ella. O sea, que yo tenía espíritu de señora prematura desde los 12, por lo que, cuando me lo llamaron, fue como el trauma largamente anunciado. De hecho, ni me acuerdo de cuándo ocurrió.
Para lo de “Mujeres Maduras” las circunstancias atenuantes han sido mucho mejores. Y es que cumplir los 50 y que te llamen de Mujer hoy para aparecer en un reportaje sobre cómo estar estupenda a partir de esa edad ayuda mucho a pasar el trago. Sobre todo, cuando te ponen encima un precioso modelo de Just One y te sientes princesa, eso sí, princesa madura, por unos minutos. Si a eso le añades una operación por un mioma en el útero a las puertas de los 50 que te hace valorar lo que realmente importa en la vida que no son, ciertamente, las arrugas, inauguras la madurez con un espíritu positivo que no tenías ni a los 20.
Sobre el posible tercer momento crítico, quizá allá por la jubilación, lo cierto es que no espero tenerlo. Creo firmemente en las investigaciones sobre la U de la felicidad que contaba recientemente The Economist. Más que nada, porque me conviene creérmelas. Resulta que la evolución vital de la felicidad tiene forma de U. Tiene un pico alto hacia los 20, luego desciende, y comienza a subir de nuevo a partir de la mitad de la cuarentena, de tal forma que vuelve a estar en los picos más altos en la vejez. Añádase a lo anterior que también comparto el espíritu de aquella viñeta de Forges sobre los de Bilbao y la jubilación. Patxi, con aspecto de haber pasado los 90, le dice a un colega: “Yo pondría la jubilación a los 100”. “Patxi, que no todos somos de Bilbao, como tú”, le apunta su compañero. “Como que no se os nota, pues”, responde Patxi. Pues eso.
P. D.: Quizá sea el humor de Maurice Chevalier diciendo “la vejez no es tan mala opción cuando consideras la alternativa” lo que explique la curva en forma de U de la felicidad; o, más bien, la libertad y la tranquilidad que siguen al estrés de la vida laboral, la crianza de los hijos y los agobios económicos.
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