lunes, 14 de marzo de 2011

DONDE ME LLEVA LA IMAGINACIÓN.


Qué locura es dejarse llevar por el deseo de la fama y del interés y pasar la vida sin tener un momento de paz y de descanso!
Cuantas más riquezas tengamos, tanto más descuidaremos la vida y salud del cuerpo. La abundancia tiende a atraer sobre sí desastres y calamidades. Aunque dejemos, al morir, una cantidad de oro que llegue hasta la Estrella Polar, con esto sólo causaremos molestias y disgustos. Los placeres que alegran y consuelan a los mentecatos son insípidos. A los ojos de las personas juiciosas los carruajes espaciosos, los caballos bien rollizos y los adornos de oro y plata son todas cosas vanas.
Cuánto mejor sería arrojar el dinero a una montaña y las joyas al abismo. Aquél que se deje llevar por los intereses humanos es un fatuo de primera clase. El querer dejar detrás de sí una reputación que dure por los siglos es algo que, ciertamente, todos desean. Pero ¿es que se puede decir que las personas que ocupan puestos destacados son, necesariamente, personas excelentes? Hay hombres sin talento que tienen una posición elevada y viven en la abundancia, sólo porque nacieron de una familia ilustre, les ayudaron los tiempos o por los avatares de la vida. Pero también hay muchos hombres sabios y santos que escogen, voluntariamente, puestos humildes y terminan sus días sin recibir las bendiciones de la fortuna. La avidez por cargos y puestos elevados es la segunda clase de locura.
Todos queremos dejar en este mundo fama de ciencia y de virtud, pero si lo reconsideramos bien, lo que vamos buscando con esto es el placer de oír las alabanzas. Sin embargo, los días de estancia en este mundo, tanto de los que nos alaban como de los que nos vituperan, son bien breves, e incluso aquéllos que oyeren las alabanzas no tardarán mucho en abandonarlo.
Entonces, ¿ante quienes hemos de sentir vergüenza? ¿Quién hemos de desear que nos alabe? Además, la censura acompaña a la reputación, y después de muertos de poco nos servirá la fama.
El que la desee sigue a los anteriores en locura.
Ahora bien, a aquellos que codician desordenadamente la ciencia y la sabiduría yo les diré que los conocimientos conducen al engaño y que con los talentos aumentan los deseos y sufrimientos del hombre.
La ciencia que se obtiene a través de la palabra y que nos llega mediante el oído no es la sabiduría verdadera.

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