martes, 15 de marzo de 2011

El chico de la cafetería.


Era domingo, por la tarde, y mi amigo y yo decimos salir de nuestra ciudad para variar. Cogimos el coche y nos fuimos a una ciudad cercana, a unos 20 kilómetros. La idea era ir a una cafetería que ya conocemos bien. Es muy especial, puesto que está situada en el último piso de un edificio de 12 plantas. Ocupa toda la planta, y tiene unas terrazas amplias con grandes vistas a la costa. El ambiente es muy tranquilo. Música de fondo de ascensor, cómodos sofás y una clienta que incluye tanto familias con niños como jóvenes que quedan allí para contarse cómo les fue el fin de semana.
Mi amigo y yo pasamos casi dos horas ahí sentados hasta que decidimos irnos. Antes de hacerlo, fui al baño. El baño de ese establecimiento es pequeño. La puerta de acceso da a un pequeño espacio donde está el lavabo, y dentro hay otra puerta que da al retrete. Al abrir la primera puerta, justo veo que se abre la segunda, y de él sale un chico joven, de unos 20 años. Nos quedamos mirando durante dos segundos, dos segundos que fueron suficiente para poder apreciar con detalle la belleza del chico que me observaba. Era de mi estatura, 1,80 metros, de piel morena, pelo castaño, ojos color miel, labios gruesos. Era delgado, pero su camiseta ajustada insinuaba un cuerpo fibrado y suficientemente musculado. Tenía un aspecto muy jovial; su piel transpiraba juventud, juventud masculina.
Tras esos dos segundos, cada uno hizo un gesto y un balbuceo.

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