jueves, 10 de marzo de 2011

LA CHICA DEL ADIÓS.


Cuando te han dicho demasiadas veces adiós no te atreves a cruzar de nuevo el puente de tus sentimientos. El descreimiento ha alquilado un rincón en tu interior y ya no puedes soportar una decepción más porque te derrumbarías como un edificio en ruinas, agotado de tanto tiempo pasando por encima, desconchado de tanta herida provocada por el viento y la lluvia que pasan, dejan su rastro de ladrillo desnudo y se van. Y un día más, estás sola. Llega un extraño que siempre finge ser un extraño porque es otro actor, uno más de los que han utilizado tu amor, tu cariño.
Y tu comprensión mientras no tenían otro apoyo. Los actores son volubles, ten cuidado…y nunca sabes cuándo dejan de fingir.
Cuando te has encontrado demasiadas veces con el silencio del fracaso es difícil decir que no a una oportunidad para demostrar el talento con tu interpretación. Vivir muchas vidas en una sola sólo está al alcance de unos pocos y, a veces, las bambalinas se llevan en la sangre, esa misma sangre que derramas cada vez que sube el telón. No importa que un inútil, de los muchos que hay por el mundo, te diga que Ricardo III era un mariposón con pintas cuando una de sus motivaciones es llevarse a la cama a Lady Anne. Tú sólo quieres que el telón se alce y sacar jugo de actuación a un carácter equivocado. Y vuelves a toparte con el fracaso, con el crítico demoledor, con el público indiferente, con la oportunidad perdida. Tal vez si te encuentras frente a las candilejas sientes como si encontraras un nuevo amor…y puede que te utilice sólo esa noche y luego te eche a la calle.
Cuando un actor y una bailarina se encuentran por casualidad, por un equívoco de alquileres y deciden seguir adelante, saben con seguridad que el beso será el aplauso para uno y la seguridad para la otra. La inestabilidad de sus profesiones sólo puede ser una continua representación de puertas adentro para demostrar al otro que se ama, que se puede amar, y lo que es peor, que se puede seguir amando.
Neil Simón escribió la obra en la que se basa esta maravillosa película dirigida por Herbert Ross y que contó con la mujer de Simón, Marsha Mason, en el papel de esa chica que, en trance de ruina, se olvidó de cómo decir sí a la vida; y a un insuperable Richard Dreyfuss (galardonado con el Oscar por este papel) que se ve obligado a tocar un buen puñado de registros interpretativos para dar vida a ese actor que se convierte en el contrapeso del desequilibrio y que, en una noche de despedida, deposita un rayo de esperanza en alguien que ya no merece ningún adiós.

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