viernes, 11 de marzo de 2011

LA MUERTE CONTRA RELOJ.


Eran las primeras horas de la mañana y la placita que está junto al mercado municipal de la Puerta del Ángel tenía un aspecto diferente. En vez de los habituales ‘inquilinos’ de la plaza, los indigentes sin techo, el lugar estaba tomado por varios agentes de policía y por personal sanitario del servicio de urgencias. Al principio pensé que a algún abuelete le había dado un soponcio, pero no. Sobre un banco de la plaza yacía un cadáver cubierto con una bolsa metálica. Al verlo entendí por qué había tanta policía.

La fila de trabajadores que habitualmente atravesamos la placita para ir al metro, desfilamos en silencio ante el cadáver y continuamos rumbo al Paseo de Extremadura. Con prisas para no llegar tarde a la oficina. Ninguno de nosotros se detuvo para indagar quién era el infortunado que yacía en el banco ni qué le había pasado. No era difícil de imaginar: un varón de cuarenta y tantos años, alcoholizado, que unos años atrás llevaría una vida como la de cualquier vecino, hasta que la vida le dio un vuelco cuando le sobrevinieron una serie de eventos desfavorables, casi siempre encabezados por la letra d: despido, desempleo, divorcio, desahucio, drogodependencia, depresión… Inconscientemente aprieto el paso cuando llego al lado de los policías que custodian el cadáver, mientras pienso cuál de los inquilinos habituales de la placita será el que está dentro de la bolsa. Los policías y sanitarios platican tranquilamente como si se tratara de cualquier asunto rutinario. Me vino entonces a la mente un tristísimo verso de César Vallejo: Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

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