Cualquier choza es buena para dejarse la vida por defenderla. No hace falta vivir en un palacio de mármol travertino y oropeles para partirse la cara por la casa de uno. Lo saben en el barrio de Guadalupe Viejo, Makati, en Manila, uno de los sumideros de la pobreza de Filipinas, monumento de hojalata a la desigualdad a la vera de los rascacielos de la zona financiera de la ciudad. Hasta hace un par de semanas, vivían sobre un laberinto de chapas y cables, pero se quemó en el décimo incendio que vivían los suburbios de la ciudad. No era nada, ahora es la nada quemada. Sobre ella pelean a pedradas, con las camisetas sobre los rostros a los que no llega la fotografía de Noel Celis, decenas de insurrectos contra el realojo. En el incendio, 900 familias pobres, la mayor parte inmigrantes, perdieron su casa. El Gobierno se ha propuesto realojarlas, pero en su provincia de origen. Bajo el argumento de que no es seguro vivir allí por la falta de agua corriente y de electricidad, pretenden devolver la finca a su dueño, que tiene previstos para la zona unos enormes y rentables rascacielos.
¿Operación humanitaria o inmobiliaria? La duda se ha mezclado con la ceniza mientras la calle se llena de heridos.
¿Operación humanitaria o inmobiliaria? La duda se ha mezclado con la ceniza mientras la calle se llena de heridos.
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