domingo, 17 de abril de 2011

¿QUÉ BOLA QUIERES GOLPEAR?


El Domingo de Ramos todo el mundo tenía que estrenar algo aunque fuesen unas tristes medias. La tradición lo decía, “En Domingo de Ramos si no estrenas algo se te caen las manos”. Mi familia nunca fue excesivamente religiosa, de hecho creo recordar que era el único domingo que íbamos a misa. Siempre he tenido la sospecha que en realidad lo que a mi madre le gustaba era el olor. Si, el olor a tomillo y romero que penetraba por la nariz inundando cada resquicio de nuestro cuerpo con ese ligero aroma de campo a pesar de vivir en plena ciudad. Recuerdo que esos manojitos, que mi madre compraba a los gitanos apostados en la puerta de la iglesia, luego terminaban en pequeñas ramitas que – metidas en saquitos de tela – iba repartiendo estratégicamente entre la ropa de los armarios. Todo era idílico. Día soleado, una semana sin colegio… Una niña de ocho años tenía que sentirse feliz, pero yo no. Pasado ese domingo sabía que todo cambiaría. La memoria de mis pocos años vividos me recordaba que esos días eran tristes y aburridos. No se podía cantar, no se podía bailar, cerraban cines, teatros… Con la televisión machacona entre procesiones y música sacra, todo era pecado. Yo me aburría de preguntar a mi madre “Mamá, si todo es pecado y la gente en estos días no puede divertirse ¿por qué papá tiene que ir a trabajar y no puede estar con nosotras? ¿por qué yo no puedo ver mis dibujos animados y la gente puede ir a reírse a los bares?” Preguntas típicas de los niños, que siempre dejan a los adultos sin palabras poniéndoles en evidencia.

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