Amor por el AVE.
Natalia no entiende de cifras, de estudios macroeconómicos o de beneficios empresariales. Pero tiene algo en común con todos los valencianos (en realidad, con todos los españoles.): el amor por el AVE. Valencia es la última 'enamorada' en engrosar la lista de las 22 ciudades unidas por el tren de alta velocidad. Para Valencia, el final feliz a una tormentosa relación de amor-odio de años. El 'enlace' llegó a fijarse para 2007. Pero el tira y afloja entre los dispares Gobierno central y autonómico lo ha hecho imposible hasta este 18 de diciembre. Tres años de retraso que suponen 100.000 puestos de trabajo no creados, 3.000 millones de negocio no generados, un 10% más de turistas que nunca llegaron. Demasiado con la que está cayendo. Pero ahora nadie mira atrás. Rencillas enterradas y cada uno buscando su foto. Ahora todos miran desde el 'morro' del S-112, el nuevo tren de 21 millones de euros, capaz de alcanzar los 300 kilómetros hora y que desde el próximo fin de semana unirá Valencia y Madrid en 95 minutos (la mitad de lo que se tarda ahora en tren o coche) con billetes entre 47 y 79 euros. El 15 de diciembre será el turno de Cuenca. Castilla La Mancha será la única autonomía española con todas sus capitales de provincia enganchadas a la alta velocidad. Un regalo para su presidente, el socialista José María Barreda.
Iván y Lorena no existirían sin el AVE. O al menos no tal y como son ahora. Que se lo pregunten a su madre, Natalia Guiscardo, que 14 años después aún se interrumpe emocionada cuando recuerda aquel 18 de febrero de 1996, aquella mañana en la que un cordobés dicharachero y cargado de maletas apareció por la puerta 3 del AVE, con el 'Pato' casi listo para partir desde Atocha con destino a Sevilla. Ella, azafata. Él, pasajero. Y sólo un mes después de aquel acelerado encuentro, prometidos en matrimonio. «Fue un amor a primera vista», confiesa esta argentina de de 46 años, azafata desde 1994, casi desde que nació el AVE (el tren 'voló' por primera vez el 12 de abril de 1992 entre Madrid y Sevilla). Antonio, cordobés y exportador de joyería, no dudó en pedirle té pese a odiarlo cuando ella pasó por su vagón con la bandeja; no paró de charlar con la chispeante azafata con la excusa de vigilar sus maletas; y no se lo pensó al escribirle su teléfono en una servilleta del tren. «Como buen andaluz y cordobés, hablaba, hablaba y hablaba.», recapitula Natalia. A los seis meses vivían juntos. Al año se casaron en Calviá (Mallorca). Y 14 años después siguen juntos, ellos y «el producto de mi amor, mis niños». Iván y Lorena.
Natalia no entiende de cifras, de estudios macroeconómicos o de beneficios empresariales. Pero tiene algo en común con todos los valencianos (en realidad, con todos los españoles.): el amor por el AVE. Valencia es la última 'enamorada' en engrosar la lista de las 22 ciudades unidas por el tren de alta velocidad. Para Valencia, el final feliz a una tormentosa relación de amor-odio de años. El 'enlace' llegó a fijarse para 2007. Pero el tira y afloja entre los dispares Gobierno central y autonómico lo ha hecho imposible hasta este 18 de diciembre. Tres años de retraso que suponen 100.000 puestos de trabajo no creados, 3.000 millones de negocio no generados, un 10% más de turistas que nunca llegaron. Demasiado con la que está cayendo. Pero ahora nadie mira atrás. Rencillas enterradas y cada uno buscando su foto. Ahora todos miran desde el 'morro' del S-112, el nuevo tren de 21 millones de euros, capaz de alcanzar los 300 kilómetros hora y que desde el próximo fin de semana unirá Valencia y Madrid en 95 minutos (la mitad de lo que se tarda ahora en tren o coche) con billetes entre 47 y 79 euros. El 15 de diciembre será el turno de Cuenca. Castilla La Mancha será la única autonomía española con todas sus capitales de provincia enganchadas a la alta velocidad. Un regalo para su presidente, el socialista José María Barreda.
Iván y Lorena no existirían sin el AVE. O al menos no tal y como son ahora. Que se lo pregunten a su madre, Natalia Guiscardo, que 14 años después aún se interrumpe emocionada cuando recuerda aquel 18 de febrero de 1996, aquella mañana en la que un cordobés dicharachero y cargado de maletas apareció por la puerta 3 del AVE, con el 'Pato' casi listo para partir desde Atocha con destino a Sevilla. Ella, azafata. Él, pasajero. Y sólo un mes después de aquel acelerado encuentro, prometidos en matrimonio. «Fue un amor a primera vista», confiesa esta argentina de de 46 años, azafata desde 1994, casi desde que nació el AVE (el tren 'voló' por primera vez el 12 de abril de 1992 entre Madrid y Sevilla). Antonio, cordobés y exportador de joyería, no dudó en pedirle té pese a odiarlo cuando ella pasó por su vagón con la bandeja; no paró de charlar con la chispeante azafata con la excusa de vigilar sus maletas; y no se lo pensó al escribirle su teléfono en una servilleta del tren. «Como buen andaluz y cordobés, hablaba, hablaba y hablaba.», recapitula Natalia. A los seis meses vivían juntos. Al año se casaron en Calviá (Mallorca). Y 14 años después siguen juntos, ellos y «el producto de mi amor, mis niños». Iván y Lorena.
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