miércoles, 1 de diciembre de 2010

EL INFIERNO ES ROJO.


Érase una vez un técnico y fantasma verdadero que se ofreció voluntario y de forma gratuita para hacer un pequeño trabajo; yo pensaba que él estaba obligado a hacerlo, pero no dije nada. Pasaba el tiempo y no aparecía el trabajo prometido. Por alguna razón, yo intuía que el trabajo consistía en poco más que sacar una fotocopia de un código mágico y dármela; pasaba el tiempo prometido y el trabajo del fantasma brillaba por su ausencia.

Yo diría que el fantasma intentaba obtener una compensación económica desproporcionada, porque habían pasado días, semanas y meses. Tanto tiempo había pasado que al fantasma le daba cierta vergüenza hablar conmigo pero yo insistía en el tema; más por pura investigación de la situación que por conseguirlo. Con tanta insistencia y paciencia, el pobre fantasma me llegó a dar algo así como una hoja incompleta y mal hecha en lenguaje HDP.

Por fin, esta historia verdadera me hizo comprender algo que me había negado toda la vida a entender: existe el infierno. No es fácil pensar en un delito cuyo castigo deba ser el rojo fuego eterno; sin embargo, para el que abusa o intenta abusar sin límites de la ignorancia de los demás, el único castigo justo sería precisamente el infierno porque tampoco tiene límites.

Al mismo tiempo, la historia verdadera de esta puerta al infierno justifica la necesidad de la compasión para no desear el ojo por ojo y dejarlo sólo en el diente por ojo.

De paso, en la historia verdadera yo misma escribí el código que necesitaba, unas dos páginas formato A4, retocando un poco el mismo lenguaje HDP recibido. Lenguaje desconocido hasta esa fecha para mí y, por cierto, bastante primitivo.

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