
Cada vez son más los adolescentes de familias acomodadas que ingresan en internados y centros tutelados por culpa de la escasa atención de sus progenitores. Niños ricos, pero abandonados por sus padres. Algunos los tildan de rebeldes sin causa. Chicos acomodados, de buena familia, que sin embargo no son capaces de funcionar en la sociedad y terminan cometiendo actos delictivos. Por ello, acaban en algún internado, si no en un centro estatal o concertado, custodiados por los servicios sociales de la comunidad autónoma donde vivan. Una situación que en la mayoría de los casos proviene de la dejadez de los padres, los grandes ausentes en la vida de sus hijos ricos. Alejados del hogar y con un futuro incierto, los trabajadores sociales se ocupan de atender estos complicados casos. Blanca Betes, responsable de la clínica madrileña Psiceduca, asevera que la víctima “es siempre el menor”. “Son situaciones difíciles que se pueden tratar con bastantes garantías de éxito si aún no han entrado en la adolescencia. Después es peor. Cuanto más se aplaza el problema menos solución hay. Son terapias largas, con un coste económico en ocasiones elevado y que requieren tiempo. Lo primero no es problema, casi siempre llegan a la consulta familias bien situadas. Lo difícil es el tiempo”. Un tiempo quizá negado en otras ocasiones por el que pagan un precio muy alto. El desencadenante suele ser el comportamiento errático de los menores. “Mi hijo es un desastre, no va a clase, suspende todo. Está agresivo, nos insulta y hasta nos pega. Vivimos en el infierno”, son las palabras con las que se encuentran los educadores al hablar con los padres. Ellos se sienten víctimas al principio. Luego, con la terapia, asoma el sentimiento de culpa. Al final asumen que les han dado todo, excepto su tiempo.
A partir del alejamiento, bien sea en un piso tutelado o en un internado de lujo, el vínculo emocional corre serio peligro, según los expertos. “El internado es percibido por el menor como 'no solo me has abandonado, sino que me alejas de tu vida”. La reacción típica es cerrarse aún más en su grupo de amigos y mostrarse insultante y agresivo con la familia.
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