La noche está fría, ya se siente aquel viento helado que trae el invierno. Me enfrento a la corriente y tengo que agachar la cabeza y cerrar el saco contra mi pecho. Quiero enfrentar también mi miedo y vencerlo, pero sigue conmigo, volando a la par que mi pelo. Llego al bar a la hora prevista pero me voy directo al tocador, tengo que asegurarme de que me veo bien. Me miro al espejo, me he puesto el vestido rojo que me regaló la Lola el día de mi cumpleaños, el par de tetas falsas se asoman por el escote. Me siento orgullosa, de todas las chicas del bar soy la que tiene menos cortes y más atributos naturales. Arreglo mi pelo con las manos, el viento ha aumentado su volumen. Siempre me ha gustado verme con el pelo abundante, así me queda mejor. ¡Ay! como odiaba aquel corte militar que me hacía mi madre, si me viera ahora, creo que se volvería a morir. Me inclino hacia el espejo para mirarme de cerca. Sin duda, el maquillaje es mi mejor aliado, me siento más segura bajo esa máscara de polvos y pinceladas que afinan mis rasgos. Repaso el delineado en mis cejas, separo mis pestañas pegoteadas por el rímel, aumento el carmín en mis labios y el color en mis mejillas.
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