sábado, 29 de enero de 2011

Burbujas on the rocks. 1 PARTE,


Brrrrrr! Eso es lo primero que le viene a uno a la mente cuando ve a un buzo a punto de sumergirse en un lago helado mientras cae una copiosa nevada. Ni el neopreno del traje ni la gruesa capa de ropa que el buceador suele llevar por debajo parecen capaces de amortiguar la impresión. «El agua está a una temperatura de uno o dos grados pero los trajes de buzo han evolucionado tanto en los últimos tiempos que se puede estar un buen rato debajo del agua sin llegar a sentir frío», dice Óscar Mayor, instructor del club Buceodonosti y organizador de cursos de inmersión bajo hielo.
El ibón (lago de montaña) de Ros Baños, en el Balneario de Panticosa (Huesca), es el único lugar de España donde es posible practicar esta peculiar modalidad de buceo. Situado a 1.636 metros de altura, Ros Baños permanece cubierto por el hielo durante buena parte del invierno. El paraje, un antiguo circo glacial rodeado por paredones graníticos de cumbres que se elevan hasta los 3.000 metros, suele dejar boquiabiertos a los recién llegados. Ni siquiera las burdas construcciones levantadas al calor de la última fiebre del ladrillo con la incomprensible aquiescencia de las autoridades han roto el encanto del lugar, merecedor de alguna figura de salvaguarda que impida más desmanes.
Las primeras inmersiones bajo hielo comenzaron a realizarse en Panticosa hace ya un par de décadas. Emulando a los aficionados de algunos países centroeuropeos que, a falta de mar, recurren a lagos y embalses para matar el gusanillo, los buceadores del club Osca-Sub, en Jaca, se internaron por primera vez en las profundidades del ibón en el invierno de 1990. Desde entonces la presencia de buzos en el Balneario de Panticosa ha terminado por hacerse familiar. «Bucear bajo el hielo ejerce una irresistible fascinación entre aficionados que buscan nuevas sensaciones», dice Víctor Orúe, de Osca-Sub.
La combinación de montaña, hielo y altura se ha revelado sumamente atractiva para los aficionados al buceo. «Seguro que a cualquiera que tenga un mínimo de curiosidad le gustaría asomar la cabeza para ver lo que hay bajo un lago helado», dice el instructor Óscar Mayor. ¿Y qué es lo que se ve allí dentro? «Algas, rocas y alguna que otra trucha que permanece aletargada». El buzo explica que la capa de hielo suele estar muchas veces cubierta por nieve, lo que impide la entrada de luz. «En los días nublados se bucea prácticamente en la penumbra y hay que recurrir a las linternas para tener algo de visibilidad».
Javier Montero, un aficionado que se aventuró hace unos años en las aguas de Panticosa, cuenta que la experiencia le dejó un buen sabor de boca. «Está claro que cualquier fondo marino es mucho más entretenido que el de un lago, pero explorar un sitio así no es una cosa que se pueda hacer todos los días». Montero dice que bucear bajo el hielo tiene algo de irreal. «Tienes la sensación de estar en otro plano de la realidad; lo que más me impresionó fue el chorro de luz que entraba por el agujero abierto en el hielo, era como si una enorme linterna estuviese enfocada hacia el fondo del ibón».
El boquete que se hace en la banquisa es triangular para permitir que los buceadores tengan un mayor apoyo en los ángulos al entrar y salir del agua. «Antes se hacía con una sierra, como en los chistes, pero ahora recurrimos a una motosierra», sonríe Óscar Mayor. El hielo alcanza en los inviernos más fríos grosores de 40 o 50 centímetros, lo que convierte la operación de apertura del agujero en todo un desafío.

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