viernes, 21 de enero de 2011

¿QUIÉN MATÓ A COBAIN?. TELEGRAÑAS.


Escoger un lugar apropiado, un sitio adecuado, es siempre prioritario. Incluso, en ocasiones, se convierte en la tarea más costosa. Los puntos de apoyo que sustentarán la estructura han de ser resistentes, a la vez que flexibles, para soportar imprevistos o consecuencias de la intemperie. El convencimiento será total, antes de depositar en ellos su confianza.

Cuando la decisión es firme, comienza el trabajo. Primero, unos hilos apenas perceptibles se entrelazan formando la base sobre la que se asentará la trampa. Su fijación debe ser fuerte, ya que en ellos recae todo el peso, aparentemente liviano.
Una vez comprobada su frágil robustez, la araña teje concienzuda y experta las pequeñas cuerdas de seda que van uniendo los hilos principales en círculos concéntricos, desde el centro hacia el exterior, dejando huecos por los que pasa el viento, pero atraparán a cualquier pequeña criatura que, despistada, se aventure a atravesarla.

La lluvia que cae con fuerza no hace sino resaltar su belleza, dejando en cada una de las pegajosas cuerdas innumerables gotas minúsculas, que brillan reflejando cualquier rayo de luz. La telaraña resiste el impacto del agua que, como un bombardeo, arremete contra ella, y su endeble apariencia a ojos de un ignorante se desvanece.
Es, en su para nosotros pequeñez, una gran obra de ingeniería, pensada y ejecutada para cumplir su misión.


El inminente cese del breve chubasco da lugar a que el último hilo quede fijado, y la labor terminada. La araña se sitúa en una esquina alejada, como contemplando su obra de arte, grandiosa si la comparamos con su mundo. Y allí, espera, paciente.

Si con el tiempo la tan elaborada telaraña se rompe por alguno de sus cabos, o sus hilos se enredan quedando en parte inservible para su vital función, la araña, al poco, vuelve a tejer, más concienzuda y experta si cabe, los arreglos necesarios en lo que es, sin duda, sustento y parte esencial en su vida. Luego, se aleja hasta su rincón, donde permanece camuflada en la quietud. Todo llega.



El prado sigue tan verde como antaño. Los árboles son más grandes. El cielo, gris, como de costumbre.
Hacía mucho que no miraba desde la ventana de su habitación el campo donde tanto jugó de pequeño con muchos que ya no están.
Cuando los lazos se quiebran, las roturas ya no son reparadas y los hilos sólo aguantan polvo, la red de uniones queda ahí, como un recuerdo.

Las casas viejas, deshabitadas, abandonadas, siempre tienen telarañas...

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