Siempre que le preguntaban, decía que la felicidad era casi siempre aparente.
Cada día, al salir a la calle, intentaba mirar a los ojos a todas aquellas personas que se cruzaba en su camino. Muchas sonreían, o intentaban hacerlo, o intentaban hacer creer a los demás que lo hacían. Algunas le devolvían la mirada, intrigadas, como preguntándose por qué les observaba de ese modo alguien que no conocían.
Otras continuaban andando impasibles, con sus ojos fijos en un punto distante, quizá inexistente, pero que les permitía seguir adelante sin tener que mostrar sus preocupaciones o angustias a quienes, como él, les dedicaban por unos segundos su atención.
Pero la mayoría de ellas, cabizbajas, como dirigiéndose hacia un lugar sin rumbo, pero siguiendo un camino más que conocido, y repetido, ni tan sólo se daban cuenta de que se les ofrecía esa mirada, o tal vez se sentían tan observadas que preferían evitarla, ignorarla.
No siempre se daba el caso, pero en algunas contadas ocasiones, como si de una de esas circunstancias que se producen al azar se tratase, cuando ofrecía una mirada a los ojos de una persona que se encontraba por casualidad en cualquier lugar por el que pasaba su camino, ésta sonreía, y transmitía tal sensación de tranquilidad, calma, alegría... paz, que le impedía pensar que tal estado, el de plena felicidad, no existiese. Y la sonrisa sólo le producía un efecto: sonreír. Y ese era uno de los mejores momentos en su no muy feliz vida: notar de algún modo la felicidad, aunque fuese la de una persona desconocida, aunque no fuera la suya.
Por eso, siempre que le preguntaban sobre la felicidad, decía que la felicidad era casi siempre aparente. Pues él no la conocía en su persona, no era feliz, sabía que no estaba presente en muchas otras gentes, pero también estaba seguro de que existía.
Y para quien comprobarlo quería, siempre daba el mismo consejo: "Sal a la calle, mira a la gente a los ojos. Verás una felicidad casi siempre aparente, pero, con un poco de suerte, encontrarás esa mirada, ese gesto que, aún sin quererlo, sólo dice una cosa: soy feliz. Y a cambio de tu mirada, recibirás una sonrisa que no podrás evitar devolver. Y a partir de ese momento, seguro serás un poco más feliz al saber que existe ese estado casi siempre aparente, pero algún día presente: la felicidad. Tu felicidad."
Tras estas palabras, tenía por costumbre mirar a los ojos a cada una de las personas que lo acompañaban. Y al hacerlo, sonreía.
Cada día, al salir a la calle, intentaba mirar a los ojos a todas aquellas personas que se cruzaba en su camino. Muchas sonreían, o intentaban hacerlo, o intentaban hacer creer a los demás que lo hacían. Algunas le devolvían la mirada, intrigadas, como preguntándose por qué les observaba de ese modo alguien que no conocían.
Otras continuaban andando impasibles, con sus ojos fijos en un punto distante, quizá inexistente, pero que les permitía seguir adelante sin tener que mostrar sus preocupaciones o angustias a quienes, como él, les dedicaban por unos segundos su atención.
Pero la mayoría de ellas, cabizbajas, como dirigiéndose hacia un lugar sin rumbo, pero siguiendo un camino más que conocido, y repetido, ni tan sólo se daban cuenta de que se les ofrecía esa mirada, o tal vez se sentían tan observadas que preferían evitarla, ignorarla.
No siempre se daba el caso, pero en algunas contadas ocasiones, como si de una de esas circunstancias que se producen al azar se tratase, cuando ofrecía una mirada a los ojos de una persona que se encontraba por casualidad en cualquier lugar por el que pasaba su camino, ésta sonreía, y transmitía tal sensación de tranquilidad, calma, alegría... paz, que le impedía pensar que tal estado, el de plena felicidad, no existiese. Y la sonrisa sólo le producía un efecto: sonreír. Y ese era uno de los mejores momentos en su no muy feliz vida: notar de algún modo la felicidad, aunque fuese la de una persona desconocida, aunque no fuera la suya.
Por eso, siempre que le preguntaban sobre la felicidad, decía que la felicidad era casi siempre aparente. Pues él no la conocía en su persona, no era feliz, sabía que no estaba presente en muchas otras gentes, pero también estaba seguro de que existía.
Y para quien comprobarlo quería, siempre daba el mismo consejo: "Sal a la calle, mira a la gente a los ojos. Verás una felicidad casi siempre aparente, pero, con un poco de suerte, encontrarás esa mirada, ese gesto que, aún sin quererlo, sólo dice una cosa: soy feliz. Y a cambio de tu mirada, recibirás una sonrisa que no podrás evitar devolver. Y a partir de ese momento, seguro serás un poco más feliz al saber que existe ese estado casi siempre aparente, pero algún día presente: la felicidad. Tu felicidad."
Tras estas palabras, tenía por costumbre mirar a los ojos a cada una de las personas que lo acompañaban. Y al hacerlo, sonreía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario