jueves, 27 de enero de 2011

EL SECRETO, UN DÍA.


Heme aquí ya, profesor
de lenguas vivas (ayer
maestro de gay-saber,
aprendiz de ruiseñor),
en un pueblo húmedo y frío,
destartalado y sombrío,
entre andaluz y manchego.

Invierno. Cerca del fuego.
Fuera llueve un agua fina,
que ora se trueca en neblina,
ora se torna aguanieve.

Fantástico labrador,
pienso en los campos.¡Señor
qué bien haces! Llueve, llueve
tu agua constante y menuda
sobre alcaceles y habares,
tu agua muda,
en viñedos y olivares.

Te bendecirán conmigo
los sembradores del trigo;
los que viven de coger
la aceituna;
los que esperan la fortuna
de comer;
los que hogaño,
como antaño,
tienen toda su moneda
en la rueda,
traidora rueda del año.

¡Llueve, llueve; tu neblina
que se torne en aguanieve,
y otra vez en agua fina!

¡Llueve, Señor, llueve, llueve!

En mi estancia, iluminada
por esta luz invernal
—la tarde gris tamizada
por la lluvia y el cristal—,
sueño y medito.

Clarea
el reloj arrinconado,
y su tic-tic, olvidado
por repetido, golpea.

Tic-tic, tic-tic... Ya te he oído.

No hay comentarios:

Publicar un comentario