sábado, 22 de enero de 2011

PRINCIPIO, LA ALTURA.


Te me ofreces abierta

de corazón, desnuda

de oropeles y de disfraces.

Con palabras explícitas,

que trascienden la mera

formalidad hospitalaria,

me propones la orilla

del mar, como principio

de un pausado conocimiento.

Principio que deriba

hacia una noche espléndida

con un murmullo de olas

que nos envuelve y acaricia,

unas cuantas estrellas

que derraman su luz en nuestros rostros,

unas manos nerviosas

que se conmueven con el roce

liviano de la piel y del deseo,

y un temblor contenido

que anuncia interminables terremotos

para el tiempo de la celebración

gozosa de la carne.

La cual ocurrirá en la madrugada, del día destinado, a la contemplación, mientras la luz se deposita sobre un amanecer de acantilados.

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