sábado, 29 de enero de 2011

EL HOMBRE EN LA CAMA.

Me gusta quedarme en la cama recién despierto, sientiendo el aroma a sudor y sueños turbios que eleva de la almohada, pensando en lo que haré al levantarme. Busco las zapatillas debajo de la cama y al introducir los pies en ellas me acuerdo de una cobaya que, de chicos, mis hermanos y yo teníamos metida en una jaula y que arqueaba el lomo, suave y lisa, cuando la acariciábamos. Alcanzo la calle después de ducharme y de una breve visita al ascensor: una mujer que imagino rubia, incólume y quizá vestida de verde ha abandono su perfume frente al espejo antes de salir. En el autobús, un anciano estruja contra el vientre una cosa cubierta con un pañuelo bordado; debajo picotea o mueve el rabo algún animal, pero yo no quiero pensar reptiles. El dónut que me ofrece el camarero desde el otro lado del mármol está más duro que otras mañanas; el azucar duele en el fondo del paladar. Papeles, muchos papeles, mensajes que se acumulan en la bandeja del correo electrónico.

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