domingo, 23 de enero de 2011

MARCANDO TERRRITORIO. 2 PARTE.


La realidad pura y dura es tozuda. Las estadísticas presentan -una y otra vez- un panorama demasiado familiar: las trabajadoras españolas dedican una media de entre 10 y 25 horas semanales a las tareas domésticas, mientras que los hombres se limitan a la franja que va de 5 a 10. «Y no se crea, la falta de cooperación se da en todos los estratos sociales, da igual cuál sea el perfil profesional. Es más, cuanto más dinero ganan las mujeres, ellos suelen ayudar todavía menos. ¡Una manera de marcar territorio y reforzar su 'masculinidad'! Esto es así lo mismo en EE UU que en el norte de Europa o España», aclara Juan Ignacio Martínez Pastor, profesor de Sociología de la UNED y autor de 'Nupcialidad y cambio social en España' (CIS).
Por regla general, las mujeres con pareja y salarios elevados se libran de esa batalla doméstica sin cuartel: un 87% de las que cobran más de 2.500 euros líquidos mensuales cuenta con una asistenta. A Nuria Chinchilla -directora del Centro Internacional Trabajo y Familia del IESE Business School de la Universidad de Navarra- le parece «imprescindible» repartir juego en la medida de lo posible. «Todo lo delegable, como planchar, lavar y cocinar, debería correr a cargo de una tercera persona. ¡No tiene sentido deslomarse si puedes evitarlo!», insiste la economista de Barcelona. Ahora bien, hay que reconocer que son pocas las mujeres que se resisten al deseo de acaparar las tareas del hogar, ya sean más o menos llevaderas.
José Emilio Ramos, cantante y guitarrista del grupo palentino Familia Iskariote, es un amo de casa que toca todos los palos domésticos (salvo planchar) y halla «mucha lógica en ese instinto dominante». Vive con una psicóloga con la que comparte «fifty-fifty» las cargas familiares -tienen un niño de seis años- pero a la hora de la verdad se siente en «clarísima» desventaja. «Las mujeres tienen una capacidad para la multitarea de la que carecemos casi todos nosotros», admite entre resignado y divertido. Un ejemplo: mientras le da vueltas a la letra de una canción, no puede pensar en qué color de calcetines le hace falta al pequeño Simón o si merece la pena preparar alubias para mañana.
A Nuria Chinchilla tampoco le falta el respaldo incondicional de su marido, Felipe Ferrer, un ex directivo del sector textil, que lleva cinco años retirado. «Su empresa cerró y ahora él se dedica a cazar y pescar. Le apasiona el campo y disfruta de lo lindo». Es decir, ni asomo de complejos o ansias de desquitarse cuando ella regresa de presentar su último libro en Italia o de ofrecer una conferencia en EE UU. «Tengo una inmensa fortuna... Podía haber elegido a alguien más estupendo, pero yo quería un hombre que compartiera mis valores. Alguien trabajador, caballero y que supiera cuidarme», enumera de corrido. Sin titubeos y con una seguridad aplastante.

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