La protección contra el frío es fundamental. A los buzos se les equipa con los denominados trajes secos, que son totalmente estancos y permiten vestir por debajo prendas térmicas para conservar el calor. Con un traje húmedo, que es el neopreno que se utiliza normalmente para bucear en el mar, la hidrocución llegaría al cabo de pocos minutos dadas las bajas temperaturas. La parte más expuesta, la cabeza, se recubre con un gorro de látex y la correspondiente capucha de neopreno. «Solemos aconsejar que la cara, que es lo único que va a estar en contacto con el agua, se proteja con una capa de vaselina para suavizar el contacto con el agua fría», dice Mayor.
Las inmersiones suelen durar unos veinte minutos. Los aficionados reciben antes un pequeño cursillo teórico en el que se les explica lo que se van a encontrar y cómo deben reaccionar ante cualquier posible emergencia. La altura, advierte Mayor, hace que la presión atmosférica no sea la misma que a nivel de mar, circunstancia que aconseja incrementar los márgenes de seguridad. Las inmersiones se hacen por parejas. «Entran unidos por un cabo guía atado a la superficie que sirve de referencia y que permite saber también si todo va bien con un código de tirones», explica al instructor. En superficie permanece siempre otra pareja de buzos lista para la inmersión en caso de emergencia.
Los cursillos suelen congregar a una veintena de personas. Casi todas tienen experiencia de buceo y se adaptan sin problemas al entorno 'polar'. «Alguien que ha buceado de noche en el mar está capacitado para hacerlo bajo el hielo siempre que se prepare para las bajas temperaturas», dice Mayor. ¿Y la claustrofobia? Permanecer bajo el agua sabiendo que hay una gruesa capa de hielo que impide asomarse al exterior puede llevar a más de uno al borde de un ataque de pánico. El instructor asegura que en los diez años que lleva impartiendo cursillos no se ha topado con ningún caso así. «En el buceo -reflexiona- es muy importante la concentración y el control mental y por eso es difícil que alguien pierda los papeles cuando está bajo el agua». Lo que desde luego no faltan en el lago de Panticosa son razones para mantener la cabeza fría.
Las inmersiones suelen durar unos veinte minutos. Los aficionados reciben antes un pequeño cursillo teórico en el que se les explica lo que se van a encontrar y cómo deben reaccionar ante cualquier posible emergencia. La altura, advierte Mayor, hace que la presión atmosférica no sea la misma que a nivel de mar, circunstancia que aconseja incrementar los márgenes de seguridad. Las inmersiones se hacen por parejas. «Entran unidos por un cabo guía atado a la superficie que sirve de referencia y que permite saber también si todo va bien con un código de tirones», explica al instructor. En superficie permanece siempre otra pareja de buzos lista para la inmersión en caso de emergencia.
Los cursillos suelen congregar a una veintena de personas. Casi todas tienen experiencia de buceo y se adaptan sin problemas al entorno 'polar'. «Alguien que ha buceado de noche en el mar está capacitado para hacerlo bajo el hielo siempre que se prepare para las bajas temperaturas», dice Mayor. ¿Y la claustrofobia? Permanecer bajo el agua sabiendo que hay una gruesa capa de hielo que impide asomarse al exterior puede llevar a más de uno al borde de un ataque de pánico. El instructor asegura que en los diez años que lleva impartiendo cursillos no se ha topado con ningún caso así. «En el buceo -reflexiona- es muy importante la concentración y el control mental y por eso es difícil que alguien pierda los papeles cuando está bajo el agua». Lo que desde luego no faltan en el lago de Panticosa son razones para mantener la cabeza fría.
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