domingo, 23 de enero de 2011

LA VUELTA A LA TORTILLA. 1 PARTE.


Ingeniera, empresaria, psicóloga, economista..., todas ellas comparten «la inmensa fortuna» de tener en casa una pareja que las aplaude.

Hay mujeres que les regalan una Harley Davidson a sus maridos. Otras pagan las cenas y encima dejan una buena propina. También se permiten costear las vacaciones en Roma o los fiordos noruegos. ¿Por qué no? Lo hacen con naturalidad, sin pedir permiso a nadie.
En España se calcula que casi el 10% de trabajadoras menores de 50 años cobra más que sus parejas o cónyuges. Son datos extraídos de la última Encuesta de Fecundidad, Familia y Valores (CIS) y la tendencia va en aumento. «Cada vez hay más jóvenes licenciadas, mejor preparadas que sus compañeros de promoción y, al final, es lógico que vayan dando la vuelta a la tortilla. ¡Poco a poco, eso sí!», matiza Teresa Jurado, profesora de Sociología de la UNED y coautora del informe 'Familia en transformación' (Fundación de Cajas de Ahorros).
En este colectivo nos encontramos con Svetlana Tchobotova, Ana Ayuso, Nuria Chinchilla y Ana Bujaldón. Un abanico de lo más variado: una ingeniera en Automática y Electrónica Industrial ruso-vasca, una psicóloga nacida en Soria pero residente en Palencia, una economista de Barcelona y una empresaria madrileña. Ni ocultan su poderío (ganan más que sus parejas pero prefieren no decir cuánto) ni se lo restriegan por las narices a nadie. «Surge de forma natural. Ambos tiramos del carro.
Cada uno de acuerdo a sus aptitudes, y eso hace que la balanza se incline hacia un lado u otro según el caso. Yo cobro más y no pasa nada. ¿Qué va a pasar?», se pregunta Tchobotova, afincada desde hace 12 años en Bilbao, recién ascendida y socia en una empresa de instalaciones electrónicas.
A mediados de los años 90, conoció a Eugenio García-Salmones en Rusia, donde su futuro marido se encontraba«estudiando el idioma, porque le gustaba y por cercanía ideológica». Se casaron en 1997 y Tchobotova no dudó en trasladarse al País Vasco, aprender castellano «a marchas forzadas» en la Escuela de Idiomas y sacar un dinerillo como mujer de la limpieza en unos grandes almacenes. «Tenía que echar una mano, fuera como fuera. A él no le hacía ninguna gracia pero me daba igual. ¡Hay que ayudar!», se justifica con rotundidad. Su cónyuge trabaja en una firma de barnizados y capea la crisis como puede: de 14 negocios de su gremio en Bilbao, sobreviven cinco.
«Cosa que tiene mucho mérito, lo importante es aguantar. La tenacidad es una de las mejores virtudes», reflexiona la ingeniera. Así se lo ha transmitido a la pequeña Liudmila, de once años, que estudia con los jesuitas, juega de pívot en el equipo de baloncesto y disfruta a dos carrillos de la comida que le prepara entre semana el padre. «Sobre todo de las alubias y lentejas». Hace falta mucha energía para salir adelante y la unión hace la fuerza. Sin distinciones de sexo como en el caso de Svetlana y Eugenio. Uno para todos y todos para uno. Ese viejo lema de los mosqueteros, tan entrañable y eficaz en la ficción, que continúa patinando entre las cuatro paredes de la mayoría de hogares. No cala.

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