martes, 4 de enero de 2011

EL SILENCIO CULPABLE.


Hoy, una amiga muy querida me sugería que escribiera algo sobre esos hombres que no pegan a sus mujeres, pero las humillan y las desprecian con su indiferencia y sus continuos desaires. La violencia no es un acto físico, es una forma de agresión que puede manifestarse en infinitas facetas, desde las más sutiles hasta las más brutales. A veces las peores heridas son las que no sangran, porque son las que hieren el alma y jamás cicatrizan.

Pero la violencia tampoco tiene sexo, también hay mujeres que ningunean y humillan en público a sus maridos, que aprovechan cualquier ocasión para despreciarles y recordarles su frustración y su fracaso, también hay mujeres que arrastran por el fango la autoestima de sus parejas hasta hacerla desaparecer en las alcantarillas del alma.
La violencia es el fracaso de la inteligencia, el espejo de la frustración y el reflejo de la impotencia. En cualquiera de sus formas es un arma de doble filo porque siempre acaba hiriendo a quien la esgrime, porque quien hace uso de ella se muestra como un desalmado digno de lástima y rechazo.


La violencia no necesita adjetivos, es un hecho en sí misma aunque puede adoptar cientos de colores para camuflarse como un camaleón diabólico.

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