Hace unas horas hablaba con una amiga de toda la vida, repasábamos nuestras vivencias, nuestra trayectoria vital, lamentábamos que aquellos ideales y anhelos de cambiar el mundo se hubieran ido desvaneciendo, o quedaran desgarrados entre las zarzas del camino. En mi juventud aposté muy fuerte por la libertad, era época de lucha contra la dictadura, contra la represión de la iglesia, contra el machismo. Creíamos en las ideologías, confiábamos en los líderes y nos sentíamos capaces de de vencer gigantes y desfacer entuertos. Pasaron los años y supimos que los líderes no eran dioses, que las ideologías eran manipuladas y que las banderas solo servían para cubrir a los que morían por ellas, pero hay algo que nada ni nadie consiguió robarme, la fe en el ser humano.
En mi escala de valores, la justicia, la coherencia y el respeto siempre ocuparon los primeros peldaños, y el amor, la familia y la paz interior quedaban a años luz de mi interés por el dinero. A través de los años, he tenido que tragar sapos y serpientes, masticar silencios impuestos y caminar por la cuerda floja que separa los intereses bastardos de la pura supervivencia, he tenido que hacer cosas impensables y vomitar creencias que se habían convertido en dogmas.
Comprendí que la vida no era en blanco y negro, que el arcoíris tenia infinitos matices y que la verdad era solo el espejo donde se refleja nuestra ignorancia, sufrí el zarpazo del desencanto, la escarcha del desaliento y por un momento me sentí perdido y desorientado, pero una cosa tenía claro, si tenía que morir, moriría matando.
En mi escala de valores, la justicia, la coherencia y el respeto siempre ocuparon los primeros peldaños, y el amor, la familia y la paz interior quedaban a años luz de mi interés por el dinero. A través de los años, he tenido que tragar sapos y serpientes, masticar silencios impuestos y caminar por la cuerda floja que separa los intereses bastardos de la pura supervivencia, he tenido que hacer cosas impensables y vomitar creencias que se habían convertido en dogmas.
Comprendí que la vida no era en blanco y negro, que el arcoíris tenia infinitos matices y que la verdad era solo el espejo donde se refleja nuestra ignorancia, sufrí el zarpazo del desencanto, la escarcha del desaliento y por un momento me sentí perdido y desorientado, pero una cosa tenía claro, si tenía que morir, moriría matando.
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