miércoles, 5 de enero de 2011

LA MIL Y UNA NOCHE.


Sabe, pues, ¡oh rey del tiempo! que antes de mi aventura con el jorobado me habían convidado en una casa donde se daba un festin a los principales miembros de los gremios de nuestra ciudad: sastres, zapateros, lenceros, barberos, carpinteros y otros.
Y era muy de mañana. Por eso, desde el amanecer, estábamos todos sentados en coro para desayunarnos, y no aguardábamos más que al amo de la casa, cuando le vimos entrar acompañado de un joven forastero, hermoso, bien formado, gentil y vestido a la moda de Bagdad. Y era todo lo hermoso que se podía desear, y estaba tan bien vestido como pudiera imaginarse. Pero era ostensiblemente cojo. Luego que entró adonde estábamos, nos deseó la paz, y nos levantamos todos para devolverle su saludo. Después íbamos a sentarnos, y él con nosotros, cuando súbitamente le vimos cambiar de color y disponerse a salir. Entonces hicimos mil esfuerzos para detenerlo entre nosotros. Y el amo de la casa insistió mucho y le dijo: "En verdad, no entendemos nada de esto. Te ruego que nos digas qué motivo te impulsa a dejarnos".
Entonces el joven respondió: "¡Por Alah te suplico, ¡oh mi señor! que no insistas en retenerme! Porque hay aquí una persona que me obliga a retirarme, y es ese barbero que está sentado en medio de vosotros".
Estas palabras sorprendieron extraordinariamente al amo de la casa, y nos dijo: "¿Cómo es posible que a este joven, que acaba de llegar de Bagdad, le moleste la presencia de ese barbero que está aquí?"
Entonces todos los convidados nos dirigimos al joven, y le dijimos: "Cuéntanos, por favor, el motivo de tu repulsión hacia ese barbero".
El contestó: "Señores, ese barbero de cara de alquitrán y alma de betún fué la causa de una aventura extraordinaria que me sucedió en Bagdad, mi ciudad, y ese maldito tiene también la culpa de que yo esté cojo. Así es que he jurado no vivir nunca en la ciudad en que él viva ni sentarme en sitio en donde él se sentara. Y por eso me vi obligado a salir de Bagdad, mi ciudad, para venir a este país lejano. Pero ahora me lo encuentro aquí. Y por eso me marcho ahora mismo, y esta noche estaré lejos de esta ciudad, para no ver ese hombre de mal agüero".
Y al oírlo, el barbero se puso pálido, bajó los ojos, y no pronunció palabra. Entonces insistimos tanto con el joven, que se avino a contarnos de este modo su aventura con el barbero.

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