Grecia quiere desplegar en la frontera con Turquía una valla similar a la de Ceuta para frenar la inmigración ilegal de África y Asia. Más de 23.000 kilómetros de hormigón y alambradas atraviesan los cinco continentes para... ¿garantizar la seguridad.De verdad es la mejor manera de combatir la inmigración ilegal? ¿Sirve para algo levantar murallas? La Comisión Europea lo duda, pero el Gobierno griego ya se ha puesto manos a la obra: el ministro socialista de Inmigración y Protección Ciudadana, Christos Paputsi, ha anunciado la construcción de una valla de 12,5 kilómetros para contener la avalancha de gente que llega desde Turquía por el tramo del río Evros. La frontera greco-turca, que se extiende a lo largo de 190 kilómetros, se ha convertido en un coladero. Todos los años se producen más de 50.000 entradas irregulares y solo a orillas del Evros –donde se pretende instalar el cercado– se interceptaron entre enero y noviembre de 2010 más de 43.000 extranjeros sin documentación.
Dicho con otras palabras: la mitad de los ilegales que cruzan anualmente las fronteras europeas encuentran su zona de paso en Grecia. Así las cosas, el vallado se sumará a 32 construcciones fortificadas que recorren los cinco continentes, desde EE UU a Malasia pasando por la localidad italiana de Padua, que lo mismo tiene una catedral dedicada a un franciscano que un gueto con tapias para aislar un barrio de inmigrantes africanos.
Cerca de 23.000 kilómetros de hormigón y alambradas se despliegan por el ancho mundo. Sus detractores los tachan de ‘muros de la vergüenza’, un apelativo que se adjudicó por primera vez al que dividía Berlín. Se lo había ganado a pulso: la Fiscalía de la capital alemana calcula que murieron asesinadas unas 270 personas por intentar franquearlo. Normal que concitara el desprecio de todo Occidente. La Guerra Fría no admitía tibiezas; tanto Kennedy como Chirac lo tenían en su punto de mira. ¡Había que derribarlo!
Dicho con otras palabras: la mitad de los ilegales que cruzan anualmente las fronteras europeas encuentran su zona de paso en Grecia. Así las cosas, el vallado se sumará a 32 construcciones fortificadas que recorren los cinco continentes, desde EE UU a Malasia pasando por la localidad italiana de Padua, que lo mismo tiene una catedral dedicada a un franciscano que un gueto con tapias para aislar un barrio de inmigrantes africanos.
Cerca de 23.000 kilómetros de hormigón y alambradas se despliegan por el ancho mundo. Sus detractores los tachan de ‘muros de la vergüenza’, un apelativo que se adjudicó por primera vez al que dividía Berlín. Se lo había ganado a pulso: la Fiscalía de la capital alemana calcula que murieron asesinadas unas 270 personas por intentar franquearlo. Normal que concitara el desprecio de todo Occidente. La Guerra Fría no admitía tibiezas; tanto Kennedy como Chirac lo tenían en su punto de mira. ¡Había que derribarlo!
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